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lunes, 4 de octubre de 2010

Corrubedo (Tercera y última parte)

Después de la playa, nuestros hambrientos estómagos se acordaron de la cena.

- Le he pedido a mi madre que hiciera sardinas, ¿os gustan? -preguntó Ana.
- Síiiiiiiiiiiiiiiiiii -es verdad, me emociono mucho con la comida.

Enroscadas como podíamos en las toallas (a las ocho ya hacía fresquito) volvimos caminando hacia casa. Antes de atravesar la puerta de la terraza ya olía a brasa:

- ¡Hola! ¡¿Qué tal?!, ¿tomasteis mucho el sol? -preguntó Fina, dando vueltas al carbón.
- Más bien estuvimos de paseo. Hacía fresquillo ahora.
- Qué fuisteis, ¿a la playa de las dunas? -dijo Agustín apareciendo en la cocina.
- Sí. Dimos una buena caminata, jejeje -contestó Ana- Me voy a duchar, niñas. Después de cenar vamos a Ribeira si os parece.
- OK, no te preocupes -le dijimos mientras se iba y nos quedábamos allí hablando con su padre.
- ¿Y qué os parecieron las dunas?
- No se podía pasar. Había una barrera y cerraron el paso a la gente. Te pueden multar, aunque alguno se coló mientras estábamos tomando el sol.
- No me extraña, es que antes eran mucho más grandes. Cuando era pequeño, debían de alcanzar unos cinco pisos, tranquilamente.
- ¿Y eso? ¿Cómo es que ahora menguaron?
- Bueno, muchos vecinos llenaron camiones de arena para construir. Aunque ya me dirás, después se les llenó la casa de humedades, porque, evidentemente, no vale para eso.
- También hay que tener en cuenta que son dunas móviles -apostilló Fina.
- Sí, ya lo dice la canción, la duna é móvile... -canturreó Agustín.

- Qué tonto es -dijo Fina riéndose con nosotras.
- No, pero es verdad. Las dunas van cambiando de lugar según se las lleva el viento. Dicen que hay una ciudad bajo ellas y de hecho, hace unos años encontraron un campanario.
- ¡No digas!
- Sí, sí, la villa de Valverde. Un castigo divino. Vete a saber.

Los misterios de Corrubedo así como los caminos del Señor son inescrutables.

Después de cenar, como habíamos quedado, nos fuimos a Ribeira, para ver en un ciber si había plazas libres en el barco de las Cíes, pero no, no hubo suerte. Ana tuvo que buscar un plan alternativo y consultó la ruta de las piscinas fluviales de A Pobra.

- Mañana podemos ir y terminar en el mirador de A Curota. Os va a gustar, ya vereis.
Ahora, podíamos salir por Corrubedo a tomar algo, que seguro que hay alguien tocando en el puerto.

Lo había desde luego, cinco chavales dándolo todo y sus amigos de relleno de público.Les miramos con resignación.

- Bueno, había que intentarlo -dijo Ana.

Daba igual, la noche era estupenda y acabamos en una cafetería desde la que se veía el mar.

- Fijaros en el suelo y las mesas.

Estaban hechos de un material transparente para dejar ver el fondo, cubierto de arena.

- ¡Qué original! -exclamó Catu.
- Sí, está guay. Se está muy bien, no te esperas encontrarte esto en un pueblo tan pequeño...

Estábamos hablando de nuestras cosas hasta que el sitio se llenó de Borjamaris y Pocholos de 50 años con polos de Ralph Lauren y Lacoste.

- Creo que estos no son de aquí -dijo Catuxa.
- Hay mucho turista -explicó Ana-, la gente está empezando a descubrir esta zona. No está tan saturada como Sanxenxo y se están restaurando muchas casas. La más famosa es la del arquitecto inglés David Chipperfield. Hubo mucha polémica con ella, casi todo el mundo estaba en contra de la construcción porque estaba al lado del mar, pero yo creo que la casa que hizo, aprovechando el hueco que había entre otras dos, es mejor que ver el solar abandonado. Salió en muchos periódicos. Después pasamos por delante.

Así fue.

 Fotografía de la fachada que da al mar, publicada en: http://stgb.blogspot.com/2010_02_01_archive.html

- Ésta es, qué os parece -explicaba Ana emocionada- Por el lado de la calle es más sobria, parece la fachada de una oficina, pero por el lado del mar, la casa se anchea y tiene unas grandes terrazas que son las habitaciones y la cocina. El tío aprovechó el espacio al máximo. A mi gusto, es preciosa.

- Sí, a ver -comenté-, está muy bien, pero bueno, como me dijo tu padre, es injusto que haya gente que tenga que sufrir las consecuencias de la ley de Costas y que venga un inglés de repente y le permitan todo. Es la hostia, la hipocresía que...

- Laura... -dice Ana nerviosa en voz baja.
- ...tienen los políticos -seguía declamando- Para el rico todo son facilidades...
- ¡¡¡Laura, está ahí. Viene ahí con su familia!!! -me repite como puede.
- ¿Qué?

Al acabar la e, un grupo de unas ocho personas se acercaban a la casa sin quitarme ojo, hablando en inglés.


- ¿Aquel que acaba de pasar era David Chipperfield? -le pregunté.
- Sí y sus hijos, supongo.
- Y nosotras mirando para su casa -dijo Catuxa.
- Seguro que se dieron cuenta de que estábamos hablando de ellos.
- Joer, ya es casualidad. Bueno, no creo que me entendiesen -pensé en voz alta.
- Jejejeje. Estarán más que acostumbrados. Algún vecino los denunció -comentó Ana.
- ¿¡Ah, sí!?
- Sí, pero no sirvió de nada. Esta gente sabe escaquearse de la ley.

Riéndonos, atravesamos una calle llena de casitas de colores con patios repletos de flores y cercados por vallas. En la que estaba frente a la casa de Ana había un perrillo muy quieto junto a la puerta principal. Tenía una mirada triste, pero estaba muy quieto, sin hacer ruido.

- ¡Oooooooooohh, qué mono! Mirad qué quieto está, pensé que era una figura -dije.
- ¡Ah, sí. Pobrecito, con el frío que hace y él solito ahí! -lo compadeció Catuxa.
- Ése es el perro de la hija de la vecina. Ella no está en casa y lo cuida su madre hasta que llega el fin de semana, pero la madre no lo deja pasar adentro y el perro ladra por la noche.
- Jo, da una peniña...

- Verás la peniña que te va a dar cuando te dé la serenata.

Sería la una cuando nos fuimos a dormir, estábamos machacadas. Yo dormía con Catuxa en una habitación con camas gemelas, creo que caímos en coma al momento... hasta las seis de la mañana.

- Guau, guau, guau, gua, gua, gua, guauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu
- ¡El perro!
- Auuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu
- Joer -dice Catuxa.
- Guau, guau, guauuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuuu

Cuando nos acostumbramos al ladrido, algo más sonó en la noche:

-¡Eh, oes, qué fas! ¡Ven aquí, estás a armar un escándalo! -se escuchaba fuera.
Y un pájaro empezó a graznar como un loco
- ¡¡¡Uáaaaa, uaaaaaa, AAAAAAA, UAAAAAAAAA, UAAAAAAAAA!!!

- ¿Qué coño es eso? -preguntó Catuxa en sueños.
- Es como si mataran a una gaviota...
- AAAaaaaaa... -soltaba aquel bicho quedándose sin aire- AAaaaaaaa
- ¡Blum! ¡Bump! -se oyeron golpes sordos, como si tropezaran con las paredes.
- Dios mío, tiene que ser buena...
- Será el padre de Ana, que se ha ido a pescar -comentó Catuxa cerrando los ojos.
- La que estarán liando...

A las diez sonó el despertador de Catu:

- ¿Enciendo la luz? -preguntó incorporándose al momento.
- Mññmñmmmrrrrrrr...
- ¿Espero un poco?
- Mñemerrr... Síii... Por favor...
- ¿Qué fue lo que se oyó por la noche?
- No tengo ni idea, pero mataron a algo, fijo.

En cinco minutos entró Ana en la habitación:

- ¡Buenos días! ¿Qué tal dormisteis? -preguntó riéndose.
- El perro... -farfullé desde la cama.
- Ese maldito perro, ¡qué brasa, Dios mío! -dijo desde la cocina la madre de Ana- Ya podían meterlo dentro de casa.
- ¿Y los ruidos de las seis de la mañana?
- Sí, yo pensé que era un pájaro que lo estaban matando.
- Eso no lo sentí -comentó Fina.
- ¡Jobá, mamá, pues se oyó muchísimo! A saber lo que hicieron... -comentó riéndose. Bueno, venga, a desayunar y a Pobra.

Después de un buen rato de palique nos metimos en el coche para serpentear hasta la montaña. No sin grandes dificultades encontramos la ruta. Como siempre, el senderismo en Galicia aún no está muy explotado y hace falta un sexto sentido para adivinar qué camino escoger.

Los tábanos tampoco nos ponían las cosas fáciles.

- ¡Joder! ¡Esto es acoso! -gritó Ana dando brazadas al aire- ¡Ya me ha picado uno!
- ¡Y a mí también! -dijo Catuxa- Tú vas muy tranquila, Laura.
- Sí, igual es porque voy más tapada y no notan tanto mi calor corporal. Pero bueno, se acercan.

Vietnam no podía haber sido muy diferente a aquello.
Por suerte, entre las tres no tuvimos problema, aunque avanzábamos con dudas.
Un petroglifo y un puente medieval nos confirmaron que íbamos bien. Finalmente, tuvimos recompensa.

- ¡Eeeeehhh, ahí están! -dijo Catuxa.
Parecía que habíamos encontrado el Arca de la Alianza.


Casi en el nacimiento del río, las rocas formaban piscinas redondas que estaban desperdigadas en alturas diferentes, como las fuentes chinas.
Había algunas personas descansando en las rocas que despuntaban entre poza y poza, pobres incautos que mojaban sus picaduras de tábano en el agua. En solidaridad, nos unimos a ellos.
No había casi ruido, todo el mundo se había puesto de acuerdo para escuchar el sonido del agua y los pájaros, como por arte de magia.
Pensé que poca diferencia tenía que haber con la paz de un templo budista.
"Como se enteren los de Hollywood..."

El camino de vuelta fue más rápido, pero también nos llevó a las alturas. La Curota es una de las cumbres de la sierra del Barbanza alcanza los 514 metros de altura y las vistas de la ría son fantásticas. Además, el día despejado facilitó la labor. Hasta las Cíes se podían ver desde allí pese a las tres horas de viaje que podía haber de distancia.



- No sé si me gusta más esta ría que la de Vigo -dijo Catuxa- Cada vez que veo una cambio de opinión. La verdad es que son todas bonitas.
- ¡Me cago en la puta hostia! -solté.
- ¿Qué te ha pasado?
- ¡Un tábano, joder, me ha picado ahora un tábano! ¡Lo pillé en plena faena! ¡¿Será cabrón?! Me lo acabo de arrancar del brazo.
- ¡Es verdad, mira cómo sangras!
- ¡Perro! ¿Estos bichos tienen veneno?
- Pues no sé -comentó Ana-, pero las picaduras se inflaman.
- Yo por si las moscas voy a chupar, a ver si puedo hacer algo.
- Me temo que es demasiado tarde.
- Nunca es tarde si la dicha es buena.

Y efectivamente, el brazo no se me inflamó, pero el chupón que me hice me duró un mes. En ello estaba mientras bajábamos en coche a las dunas, para ver otra perspectiva de ellas.
Yo había estado allí cuando tenía nueve años y es verdad que en las fotos que tengo eran más grandes.
El paseo de madera y el cartel prohibitivo se esforzaban por evitar que aquello fuese en aumento, pero como constató aquí Catuxa, a la gente se la sopla. Una pena, la verdad.

 Fotografía de huellas en las dunas de Corrubedo, tomada por Catuxa

La tarde, después de comer, transcurrió tranquila. El cansancio decidió por nosotras y dijo que no nos moviéramos más, así que aprovechamos los rayitos de sol que había en la playa de Corrubedo, junto con la familia de Ana, antes de volver para Coruña. Aún así, hubo guerras de agua de las que yo y su abuelo nos mantuvimos al margen sabiamente. A las siete, tristemente, ya hubo que recoger.

Antes de irme, le pregunté a Agustín si sabía algo de los misteriosos ruidos de la noche, pero me dijo que él no tenía nada que ver.

- Quién sabe. Aquí pasan cosas muy raras -dijo con gracia.
- Tendré que venir más veces a investigar -añadí sonriendo.
- Cuando queráis, en verano casi siempre estamos.
- No me extraña -intervino Catuxa- Yo me quedaba a vivir.
- Pues ya sabéis -apuntó Ana- El año que viene repetimos.

Tras las despedidas, Catuxa y yo nos subimos a mi coche. Cuando se abrochó el cinturón de seguridad, me dijo:

- Me lo he pasado genial.
- Yo también -le contesté- De fábula.

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